domingo, 1 de marzo de 2015

El grito


Desciende una imagen desde el porvenir.

Se enriquece desnuda y, en un relámpago,

todo lo sensible resulta revolucionario 

en la fecunda memoria de los que largan los ojos

sobre las perspectivas del actual horizonte, 

surrealista y barroco —ecléctico—.   




Un grito quema las universales razones del detenimiento

y algunos silencios enrarecen la atmósfera.

El tiempo pervertido profiere las máculas

que distinguen los unos de los otros

en el atropello de esta sociedad de raleas, 

donde las alcurnias imponen sus estatutos.




La prensa es la técnica de la desinformación

que anula y envenena.

Los cisnes blancos, no son tan blancos

y la cristalinidad de las aguas, es una metáfora.

La época no es de banalidades y canciones pastoriles;

porque una roña antigua obstruye las mentes 

y coagula la hermosura de las ideas sensuales,

petrificando al hombre ante la vida.



Las plegarias no detienen los infortunios,

los discursos abochornan la inteligencia

de los hombres imbuidos en filosofías de estómagos

y pervivencias tozudas —insensatamente cautas—.




Sin hacerse la imagen, sólo al eco incinerante

del liberado grito

derrite las nieves de presumidas ínfulas:

Busco algo que me aleje de esta miseria.



Pichy


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